quarta-feira, 27 de fevereiro de 2008

No a la Muerte y Sí a la Vida Eterna

“El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”

1 Jn 2.17

El versículo 15 nos presenta a todos los cristianos un enunciado teológico fundamental para la vida de fe: no amar al mundo ni a sus cosas. Ante esa afirmación el apóstol enumera unas consecuencias de uno amar al mundo y a si mismo más que amar a Dios. La primera que hemos visto es que amar al mundo implica en no tener en si mismo el amor del Padre (2.15b). La segunda es que todas las formas de pecado que hay en el mundo no proceden del Padre (2.16). Ahora, en el verso 17, vemos el contraste entre se acabar y permanecer para siempre.

El apóstol Juan es muy claro en mostrar que el mundo, sus malos deseos y los que lo aman tienen su fin garantizado: se acabarán. En otras palabras, el pecado humano que nos aleja y mantiene alejados de Dios cobra un final siniestro al ser humano. Pablo ya decía lo mismo: “porque la paga del pecado es la muerte” (Rm 6.23a). Eso significa que las consecuencias de uno vivir bajo la esclavitud del pecado y del mal es la manutención, desde ahora, de la muerte eterna.

Por otro lado, la consecuencia segura de uno vivir bajo el amor y la gracia de Dios, haciendo su voluntad en todas las dimensiones de nuestra vida es igualmente clara: permanecer para siempre. Esa es una forma de referirse a la vida eterna que, desde ahora, la desfrutamos puesto que por su gracia Dios nos hace participantes de todos los beneficios de la salvación.

Debemos entender que “permanecer para siempre” (la vida eterna) no es algo que lo esperamos para un futuro lejano pos-muerte, aún que cuando esto nos llegue así será. Antes, la vida eterna es vivir desde este mismo momento bajo la influencia transformadora de los beneficios del sacrificio de Jesús. Por medio del obrar del Espíritu Santo ya recibimos la gracia, el perdón y paso a paso los valores ético del Reino de Dios, según vayamos creciendo y aprendiendo en las Escrituras Sagradas.

Si la consecuencia y la paga de amar al mundo y a nosotros mismos más que a Dios es la muerte eterna, “la dádiva de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, nuestro señor” (Rm 6.23b). Ante eso es muy importante pensar sobre el curso de nuestra vida y sobre los compromisos que hacemos y mantenemos con Dios y con el mundo. Tenemos la oportunidad, ahora, de confesar a Dios nuestro amor al mundo, reconciliarnos con él y renovar nuestro compromiso de fe hecho con el Padre.

El Pecado No Procede de Dios

“Porque nada de lo que hay en el mundo – los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida – proviene del Padre sino del mundo”

1 Jn 2.16

Como ya hemos comentado el inicio del verso 15 nos presenta un enunciado teológico para todos los cristianos: no amar al mundo ni a sus cosas. Ante esa afirmación el apóstol nos muestra algunas consecuencias de uno amar al mundo y a si mismo más que amar a Dios. La primera es que amar al mundo implica en no tener en si mismo el amor del Padre (2.15b). Ahora, ante lo que pone el verso 16 encontramos la segunda implicación: todas las formas de pecado que hay en el mundo no proceden del Padre.

Uno puede creer en lo contrario, o sea, que sí, que por lo menos lo que nos apetece viene de Dios. Los deseos del cuerpo físico, todo lo que vemos y deseamos con los ojos, la arrogancia y la prepotencia que uno puede adquirir con los bienes acumulados pueden parecer venir de Dios porque satisfacen nuestro propio corazón corrupto. Pero, de hecho, ninguna de las formas en que el pecado se manifiesta vienen de Dios, sino que proceden del mundo.

Como cristianos es necesario redimensionar desde la gracia de Cristo todas las cosas que el cuerpo nos pide, que los ojos deseen y que la vida nos promete. Eso significa que los malos deseos (del cuerpo), la codicia (de los ojos) y la arrogancia (de la vida) provenientes del sistema de pecado del mundo es consecuencia del amar uno al mundo y las cosas que hay en él. Pero, bajo la gracia salvadora y regeneradora de Jesucristo, ese amor al mundo da lugar a un profundo y creciente amor a Dios. Ahí si, Dios nos transforma de modo que podamos vivir como seres humanos normales y completos (cuerpo, ojos y vida), liberados de la esclavitud de los malos deseos, de la codicia y de la arrogancia, y destinados a una vida consagrada a amar de forma comprometida a Dios Padre.

segunda-feira, 25 de fevereiro de 2008

Com os Missionários em Mangália


Nos dias 18 a 21 de fevereiro estive visitando o nosso projeto em Mangália (Romênia), cidade localizada à margem do Mar Negro a poucos kilômetros da fronteira com a Bulgária. Tive a oportunidade de visitar o Rev. Gilberto, sua esposa Solange e filhas (missionários da APMT). Foram momentos preciosos nos quais compartilhamos, planejamos e oramos juntos. Pude também conhecer melhor o trabalho de alfabetização de crianças ciganas e turcas, bem como o projeto de profissionalização de mulheres romênas. Estes dois trabalhos fazem parte do projeto missionário da APMT naquela cidade. Damos graças a Deus, também, pela vida da igreja presbiteriana em Mangália. Na foto acima, parte do grupo de mulheres que estão se profissionalizando em corte e costura.

domingo, 17 de fevereiro de 2008

Amar al Mundo: ¡Sin el Amor del Padre!

“Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre”

1 Jn 2.15b

En el inicio del verso 15, como ya lo hemos visto, encontramos un importante enunciado teológico para todos los cristianos en todas las épocas de sus vidas: no amar al mundo ni a sus cosas. Ante esa afirmación apostólica, debemos preguntarnos sobre las consecuencias de uno amar al mundo y no amar a Dios o, lo que suele pasar con frecuencia, amar al mundo y a si mismo más que amar a Dios.

El apóstol nos presenta tres graves consecuencias que nos alcanzan cuando el amor al mundo (pecado) es el referencial más fuerte de nuestras vidas. Veremos las tres consecuencias paso a paso. La primera es lo que pone el apóstol Juan en la parte final del verso 15: amar al mundo implica en no tener en si mismo el amor del Padre.

Lo más común es que uno crea que es posible compartir el amor entre Dios y el mundo, pues para la mayoría de nosotros amar es una cuestión de sentimiento y del momento que uno vive. Sin embargo, amar es más bien una cuestión de estrechos lazos de compromiso aún que el sentimiento también esté presente. No hay como dividir el amor entre Dios y el pecado. O amamos a uno o al otro, o nos comprometemos con todo nuestro ser con uno o con el otro.

Al no tener el amor del Padre, el pecado con todas sus manifestaciones personales, familiares, sociales, culturales, económicas, etc asume el control de nuestras vidas y pasamos a pertenecer a su sistema, sin que hallemos en nosotros mismos fuerzas suficientes para liberarnos de sus garras. Solo en Dios, por medio de la gracia infinita de Jesucristo, es posible reverter nuestra vida. Ha sido para eso que Cristo vino, murió y resucitó. En la dependencia de Cristo y su gracia podemos vencer el pecado y el mundo, puesto que él ya lo ha vencido en nuestro lugar. Amar y comprometernos con el Padre, y no con el mundo, es el proyecto de vida que Dios nos propone. ¡Abracémosle!

segunda-feira, 11 de fevereiro de 2008

O Deus Grande das Pequenas Coisas

Gastei vários anos de minha vida pensando que Deus queria que eu fizesse grandes coisas. Eu fazia as pequenas coisas também, mas tendo em vista que chegaria o dia em que faria grandes coisas.

Queria ser uma grande mulher usada por Deus como as mulheres da Bíblia, como as mulheres dos grandes missionários. Era isso que eu queria. No entanto, passei meus primeiros anos de ministério limpando bumbuns (3 filhos menores de dois anos), trocando fraudas, preocupada com o que fazer para alimentar bem a minha família. E a roupa suja que nunca acabava? E a casa que nunca se mantinha limpa? E os crentes que tinham que ser consolados, ouvidos, animados e doutrinados? Eu só tinha tempo para clamar a Deus, cuidar dos meus filhos e um pouco da casa. Não dava para trabalhar fora. Mas tudo bem, um dia eu seria uma grande mulher.

Mas depois de 10 anos de ministério, descobri que não havia feito nenhuma grande obra. Nada que merecesse uma menção honrosa, nenhum prêmio, nada... Eu continuava sendo uma pessoa comum.

Veja bem as coisas as pequenas coisas que eu fazia: hospedava muita gente e recebia outros para refeições, visitava pessoas enfermas, orava e intercedia pelas pessoas e por motivos que não compreendia, dava aula para crianças e para casais na Escola Dominical, reservava um tempo com Deus, orava com e pelos meus filhos, aconselhava o pastor meu marido, era sua amiga inseparável apoiando seu ministério. Preocupava-me pelo futuro dos meus filhos, buscava ser uma boa mãe, compreensiva, acolhedora, disciplinar sem ira, responsável e dar bom testemunho. Buscava ser uma boa esposa, não envergonhar meu marido, respeitá-lo, amá-lo, cuidá-lo. Orava pelos meus vizinhos, amigos e família. Buscava mostrar misericórdia, ser amorosa e ética. Tudo coisa comum, que todas nós fazemos. Nada que me convertesse em famosa. Ah, houve um tempo em que queria ser escritora. Escrever livros que arrancassem lágrimas das pessoas e que as ajudassem ver quão grande pessoa era eu.

Depois de 25 anos de ministério há algumas coisas que, de tanto Deus repetir, acabei aprendendo:
- As pequenas coisas são o nosso dia a dia;
- As pequenas coisas são mais difíceis de se ver e, por isso, mais difíceis de serem feitas cotidianamente;
- As pequenas coisas são mais difíceis de serem reconhecidas e aplaudidas;
- As pequenas coisas exigem disciplina e continuidade;
- As pequenas coisas exigem anonimato.

Mas as pequenas coisas são coisas que transformam vidas, são o toque do amor de Deus na vida das pessoas. Tenho aprendido através do evangelho a dar importância aos pequenos atos de amor que o Senhor quer que manifestemos dia a dia: "pois eu tive fome, e vocês me deram de comer; tive sede, e vocês me deram de beber; fui estrangeiro, e vocês me acolheram; necessitei de roupas, e vocês me vestiram; estive enfermo, e vocês cuidaram de mim; estive preso, e vocês me visitaram" (Mt 25.35-36). Jesus neste texto fala das pequenas coisas cruciais para um ser humano manter-se vivo: alimento, água, casa, abrigo, roupas, hospedagem, cuidados, companhia e aceitação. Jesus falou dessas necessidades porque ele as sentiu na pele e se identifica com os necessitados. Por isso, a pergunta e o assombro dos justos: "Senhor, quando te vimos com fome e te demos de comer, ou com sede e te demos de beber? Quando te vimos como estrangeiro e te acolhemos, ou necessitado de roupas e te vestimos? Quando te vimos enfermo ou preso e fomos te visitar?" (Mt 25.37-39). Jesus surpreende seus interlocutores se pondo no lugar dessas pessoas que recebem os pequenos atos de amor, as pequenas coisas: "O que vocês fizerem a algum dos meus menores irmãos, a mim o fizeram" (Mt 25.40).

Você também se sente como eu que só faz pequenas coisas? Na verdade, o Deus criador de todo o universo se preocupa com os pequenos e cotidianos atos de cuidados e amor. Portanto, para fazer pequenas coisas temos que nos sentir pequenas mulheres, porque necessitamos de humildade e perseverança para fazer pequenas coisas. E isso para Deus é grande, porque são atos prestados diretamente a pessoa de Jesus.
Rosa Maria de Oliveira del Pino

quarta-feira, 6 de fevereiro de 2008

¿Amar al Mundo o Amar a Cristo?

“No améis al mundo ni nada de lo que hay en él”

1 Jn 2.15a

Pos haber escrito a los hijos, padres y jóvenes, el apóstol Juan se dirige a todos los cristianos sin distinguir entre los que ya tienen mucho o poco tiempo de convivencia con Dios. Se dirige a todos nosotros con un mensaje que debemos llevar en cuenta en todos los momentos e fases de nuestras vidas: “no amar el mundo ni las cosas que hayan en él”. Esta afirmación nos lleva a pensar en algunas cosas importantes:

1. El “mundo” es una referencia a todo el pensamiento, comportamiento y valores contrarios a Dios que caracteriza la sociedad humana en el momento presente. Mundo puede ser entendido por nosotros como la humanidad que se organiza y vive alejada de Dios. Eso, al final, hace parte de la propia naturaleza humana.

2. No “amar” al mundo es una actitud que se basa en la iniciativa de Dios de darnos de su gracia salvadora, cambiando así nuestro status delante de él: dejamos de pertenecer a este estado de cosas contrario a Dios (mundo) y pasamos a pertenecer definitivamente a su Reino eterno.

3. Pero mientras no estemos viviendo completamente en su Reino (eso solo después de la segunda venida de Cristo y del juicio final) seguiremos luchando contra el amor al mundo. “No amar” es una constante batalla, pero se puede decir que es una batalla ya vencida, puesto que el mismo Jesucristo la venció por nosotros en la cruz y la resurrección.

4. El apóstol puede decirnos a todos los cristianos que luchemos contra lo que está establecido contra Dios en nuestra vida y fuera de ella, porque la victoria final ya está garantizada, como nos cuenta el mismo apóstol al registrar las palabras de Jesús: “en este mundo tendréis aflicciones, pero ¡tened ánimo! Yo he vencido el mundo” (Jn 16.33).

5. No amar el mundo y sus cosas implica, de forma necesaria, en amar a Cristo. Juan nos cuenta lo que Cristo nos dijo cuanto a eso: “si me amáis, obedeceríais mis mandamientos, y yo pediré al Padre, y os dará otro Consolador para que os acompañe siempre… El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él” (Jn 14.15, 23).

Siguiendo nuestro texto hasta el verso 17 podremos ver algunas otras implicaciones de reto de “no amar al mundo ni nada de lo que hay en él”. Es lo que haremos en los próximos mensajes. ¡Que Dios nos bendiga en nuestra marcha hacia Dios y su Reino!