“Ellos son del mundo; por eso hablan desde el punto de vista del mundo, y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios, y todo el que conoce a Dios nos escucha. Así distinguimos entre el Espíritu de la verdad y el espíritu del engaño”
1 Jn 4.5-6
Nos consideramos pertenecientes a Dios porque guardamos su palabra y hemos vencido a los falsos profetas. Eso es lo que nos enseña Juan en el verso anterior. Hace ahora una distinción muy clara entre los que no pertenecen a Dios y los que le pertenecen.
El concepto de pertenencia es muy importante en este escrito del apóstol: a quién pertenece uno es la cuestión clave para él. Están los que pertenecen al mundo (2.15-17: “no améis al mundo ni nada de lo que hay en él…”) en el verso 5, y están los que pertenecen a Dios en el verso 6.
Los primeros “son del mundo” (v.5) porque toda su cosmovisión, la maquinaria de sus raciocinios, sus deseos y perspectivas de vida están enraizadas profundamente en los cimientos de una sociedad alejada del verdadero sentido del evangelio. Hablan, piensan, quieren, viven, trabajan y se relacionan “desde el punto de vista del mundo” y de su orden contraria a Dios.
Los segundos “somos de Dios” dice Juan (v.6) porque nuestra cosmovisión, las suposiciones que nos hacen raciocinar, entender, desear, decidir y vivir se derivan de Dios y de su palabra. Porque conocemos a Dios personalmente y comulgamos con él a diario. Al estudiar y meditar constantemente en las Escrituras pasamos a conocer día a día los valores y principios del Reino de Dios y fortalecemos así los fundamentos de la fe en todas las dimensiones de nuestra vida.
Además, el “somos” de Dios (v.6) nos lleva a ver que pertenecer a Dios implica en pertenecer a una comunidad de creyentes. No es suficiente decir que yo soy de Dios, puesto que la fe aunque personal se debe vivir con otros que pertenecen a la misma fe y se debe vivir para otros que todavía no la han experimentado.
¡Sigamos, por tanto, firmes el camino de Dios!
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