terça-feira, 8 de julho de 2008

No Practicar el Pecado

“Todo el que permanece en él, no practica el pecado. Todo el que practica el pecado, no lo ha visto ni lo ha conocido”

1 Jn 3.6

El perdón definitivo dado por Cristo es una realidad que ya podemos vivir porque sabemos que Cristo se manifestó para quitar el pecado no teniendo en si mismo pecado alguno (3.5). Sin embargo, esa realidad no nos transforma en personas sin pecados. Seguimos siendo pecadores, pero pecadores alcanzados por la misericordia de Dios, justificados y perdonados de nuestros pecados.

Eso significa que, aun que seamos pecadores, ya no más vivimos bajo las consecuencias eternas del pecado. Si él que nos perdona es el Hijo de Dios, sin pecado en su naturaleza, entonces la eficacia del perdón en nuestras vidas es definitiva y eterna. De ahí que la manera como vive uno hoy debe ser coherente y derivada de la realidad de la gracia, o sea, ya no vivimos buscando el pecado ni bajo su completa esclavitud. Eso es lo que nos enseña el apóstol: el que permanece en Cristo no practica el pecado.

En ese sentido, permanecer en Cristo asume el protagonismo de la espiritualidad cristiana. Este tema ya ha sido mencionado en 2.6: “el que afirma que permanece en él, debe vivir como él vivió”. Así, permanecer en Cristo no es una actitud estática, más bien es dinámico puesto que nos lleva a buscar una nueva vida que se asemeje al propio Jesucristo. Una vida posible de ser vivida cuando la realidad de la gracia y del perdón de Dios se renueva en nosotros cada día.

Por otro lado, insiste el apóstol que los que no han visto ni conocido a Cristo y ni se han abierto a la realidad de su gracia siguen entregados a la práctica del pecado en este momento de sus vidas y bajo sus consecuencias eternas.

El apóstol señaliza dos realidades: la de la vida libre del yugo del pecado que camina con Cristo y la de la vida que todavía se ve esclava de las prácticas y consecuencias eternas del pecado y alejada de los caminos de la gracia. Que podamos a cada día confirmar aun más nuestro acercamiento a Cristo, confesándole nuestros pecados, ampliando nuestro conocimiento de su vida por la meditación en su palabra, compartiendo nuestras vidas con su pueblo y viviendo la fe de forma misionera en la sociedad.

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