¿Cómo sabemos que permanecemos en él, y que él permanece en nosotros? Porque nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y declaramos que el Padre envió a su Hijo para ser el Salvador del mundo”
1 Jn 4.13-14
El verso anterior (4.12) nos enseña que “si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros” y ahora el apóstol se pregunta de qué forma podemos saber que permanecemos en Dios y él en nosotros. Una vez más sale el tema del amor, puesto que la respuesta a esa pregunta tiene su centro en el envío de Jesucristo como el Salvador.
Permanecemos en Dios y él permanece en y entre nosotros porque el Padre ha enviado al Hijo para salvar y nos ha dado la presencia del Espíritu. La obra redentora de la Trinidad está completa aquí. Como hemos visto en 4.9 el envío de Jesucristo es la manifestación más grande y sublime del amor de Dios por la humanidad. ¡Vivimos por medio de él!
Por su amor Dios ha tomado la decisión de salvarnos y la salvación debe ser vista como la restauración definitiva, que en el futuro será plena, de la comunión entre los hombres y Dios. Así permanecemos en su vida y él permanece en nuestras vidas. Permanecemos en la dimensión de su gracia restauradora y él permanece con su gracia en todas las dimensiones de nuestras vidas transformándonos paso a paso. La constancia y las bendiciones del amor de Dios manifestado por el envío redentor de Jesús y por la presencia santificadora del Espíritu Santo es el núcleo de su permanencia eterna con nosotros y la nuestra con él desde ahora para la eternidad.
Todo eso que estamos diciendo nos lleva a ver como la obra de Dios en su totalidad está entrañada en todos los niveles de nuestra propia vida. Por eso, lo que hacemos, lo que decimos, lo que deseamos, lo que pensamos, lo que decidimos y la forma como nos relacionamos pasa a derivarse de nuestra relación amorosa y redentora con Dios. Sigamos, por tanto, manifestando el amor que Dios nos ha dado por su gracia.
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