“Hermanos míos, la fe que tenéis en nuestro glorioso Señor Jesucristo no debe dar lugar a favoritismos. Supongamos que en el lugar donde os reunís entra un hombre con anillo de oro y ropa elegante, y entra también un pobre desharrapado. Si atendéis bien al que lleva ropa elegante y le decís: ‘Siéntate aquí, en este lugar cómodo’, pero al pobre le decís: ‘Quédate ahí de pie’ o ‘Siéntate en el suelo, a mis pies’, ¿acaso no hacéis discriminación entre vosotros, juzgando con malas intenciones?”
St 2.1-4
Santiago nos lleva a un tema que siempre ha ocupado la preocupación de la iglesia cristiana desde sus orígenes y que todavía sigue siendo muy oportuno para la vivencia sólida de fe y de las relaciones humanas de todos los cristianos: los favoritismos y las discriminaciones.
La afirmación inicial es lo que, según el autor, define claramente el concepto de fe y la consecuente conducta de los cristianos: la fe en Cristo no da lugar a favoritismos. Entendemos, por tanto, la fe en Cristo como una experiencia de verdadera hermandad, por eso empieza Santiago llamando a sus lectores de “hermanos míos”. En ese sentido, unos de los elementos que consolidan el crecimiento de nuestra espiritualidad es una fe que ve a todas las demás personas desde la perspectiva de la palabra de Dios y que nos lleva a relacionarnos con las personas sin que las tratemos con parcialidad o con discriminación.
Cuando somos parciales y discriminamos es porque, según Santiago, juzgamos con malas intenciones. Eso quiere decir que la forma como juzgamos a las personas está efectivamente basada en criterios equivocados, resultados únicamente de nuestras experiencias anteriores, intereses egoístas y condicionamientos culturales que tenemos. En esa situación la fe está comprometida con la injusticia y con la increencia que domina el escenario social.
El ejemplo de favoritismo, dado por el autor, nos suena muy común, pero solo es un ejemplo de la parcialidad del pecado en la vida humana. La verdad es que hay otras innumeras situaciones de nuestras relaciones humanas en el cotidiano en las que la fe en la increencia se manifiesta más fuerte que la fe en Cristo, demostrando así que los criterios pecaminosos todavía siguen por encima de la fraternidad cristiana.
Hay como buscar una nueva perspectiva de vida cristiana en lo que concierne a las relaciones humanas, donde la fe en Cristo supera nuestros favoritismos y parcialidades. Encontramos día a día esta nueva perspectiva cuando la buscamos intensa y sistemáticamente en la palabra de Dios, con un corazón sincero y arrepentido de nuestro egoísmo. ¡Sigamos juntos los caminos de la hermandad y no el de la acepción de personas!
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