“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Que lo demuestre con su buena conducta, mediante obras hechas con la humildad que le da su sabiduría. Pero si tenéis envidias amargas y rivalidades en el corazón, dejad de presumir y de faltar a la verdad. Ésa no es la sabiduría que desciende del cielo, sino que es terrenal, puramente humana y diabólica. Porque dónde hay envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de acciones malvadas”
St 3.13-16
Desde el inicio del capítulo Santiago viene tratando de la importancia de un lenguaje consagrado al Señor, de la necesidad de aprender a domar a nuestra propia lengua y de ver en lo que decimos (su forma y su contenido) una expresión de la vida de Dios en nosotros. Ahora, sin cambiar radicalmente de tema, el autor menciona una de las implicaciones más importantes del uso de la lengua. Lo hace respondiendo a la pregunta: “¿quién es sabio y entendido entre vosotros?”
Nos puede parecer claro que el sabio y el entendido es el que tiene acumulado una enorme cantidad de informaciones que pueden ser manejadas de forma a que le sea útil en todos los sentidos. Sin embargo, la respuesta de Santiago va por otro camino bastante distinto: el sabio es el que demuestra su sabiduría a través de su buena conducta y con obras concretas hechas con la humildad que recibe de la propia sabiduría que tiene.
La verdadera sabiduría es transformadora, cambia la forma como entendemos la vida, nos hace reconocer que Dios está por encima de todos y de todas las situaciones y nos lleva a vivir en coherencia con esa grandeza (a eso llamamos humildad). La verdadera sabiduría se traduce necesariamente en obras, actitudes y decisiones.
De forma más específica en estos versos, Santiago nos ayuda a ver que la sabiduría de Dios transforma nuestras relaciones humanas, generando parámetros que se destinan a crear una nueva plataforma dónde podamos convivir como pueblo de Dios. Antes de presentarnos los elementos de la sabiduría que generan esa convivencia fraterna y comprometida (3.17-18), Santiago nos señala los problemas que la falsa sabiduría (en la que solo buscamos nuestra propia felicidad e intereses personales) nos trae. Según él, “envidias amargas y rivalidades en el corazón” producen “confusión y toda clase de acciones malvadas”. Tales cosas pueden ser clasificadas como contrarias a la sabiduría de Dios, se trata de una sabiduría meramente humana y, según él, hasta diabólica.
La verdadera sabiduría de Dios empieza cuando comprendemos estas cosas y confesamos sinceramente nuestras intenciones y acciones a Dios, buscando a diario la humildad y una buena conducta hacia a los demás. La mutualidad en vivir los principios de la sabiduría, entre todos los hermanos, es uno de los pilares que sustentan la iglesia en todos los embates que sufre. Se convierte, así, en una fuerza evangelizadora por demonstrar la gracia de Dios en la convivencia cristiana.
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