“Así distinguimos entre los hijos de Dios y los hijos del diablo: el que no practica la justicia no es hijo de Dios; ni tampoco lo es el que no ama a su hermano”
1 Jn 3.10
Con este texto el apóstol concluye un tema e inicia otro. El tema que se concluye aquí es el de la práctica de la justicia como una importante credencial de los hijos de Dios. Este tema ya viene desde el v.7 y tiene que ver con obra de justificación hecha por Cristo en nuestro favor. Somos considerados por Dios como justificados de nuestros pecados ante él, puesto que Cristo ha muerto y resucitado por nosotros y en nuestro lugar. Por eso la justicia de Dios nos pudo ser aplicada a nosotros por el Espíritu Santo y con esta marca estamos sellados para la vida y para la justicia. No nos entregar a la práctica del pecado y de la injusticia (¡aunque sigamos siendo pecadores!) nos caracteriza como hijos de Dios y nos distingue de los hijos del diablo.
La distinción es muy clara y se compone de dos dimensiones: los llamados hijos del diablo en primer lugar no practican ni viven la justicia de Dios; en segundo, tampoco aman a su hermano. Por otro lado, la justicia y el amor caracterizan los hijos de Dios. Esto representa no solo una gran transformación, aunque progresiva, en nuestras vidas personales y familiares, sino que también en nuestras relaciones sociales.
El tema de la práctica de la justicia, que Juan concluye con este verso, da lugar al tema del amor a los demás que ocupará ahora lo que queda del capitulo 4 y casi todo el capítulo 4. Eso significa que el tema del amor en todas sus dimensiones (el amor de Dios hacia nosotros, la manifestación de su amor por medio de Cristo y la vivencia del amor por y entre los cristianos) asume el protagonismo de la parte final de esta carta. En otras palabras, el amor es considerado por el apóstol Juan como uno de los elementos centrales de nuestra relación con Dios y con las demás personas. Está, por tanto, en el centro de la vida y de la espiritualidad cristiana.
De esa forma, aún antes de entrar en los siguientes textos, es importante evaluar nuestra propia vida a la luz de la práctica de la justicia y del amor, visto que ambos se relacionan entre si y dan sentido a la vida cristiana. Hagamos, por tanto, esa reflexión personal de forma sincera y en confesión.
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