“No seamos como Caín que, por ser del maligno, asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo hizo? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. Hermanos, no os extrañéis si el mundo os odia”
1 Jn 3.12-13
El tema del amor que debemos los unos a los otros (3.11) encuentra aquí un ejemplo negativo que no podemos seguir: el ejemplo de Caín. Caín no estaba comprometido con el amor mutuo como un principio teológico para la espiritualidad humana. Antes se había comprometido con la maldad de su propia naturaleza y con el maligno. En su vida no cabía el amor, solo había espacio para el odio y para todo tipo de obras malas derivadas del odio. Por eso asesinó a su hermano, porque sus obras, al contrario, eran justas y reflejaban el amor de Dios en su vida. El odio y la maldad de Caín no soportaron la presencia denunciante del amor y la justicia de Abel.
En ese sentido, el verso 13 nos enseña que si el mundo odia a los que viven en la justicia y en el amor de Dios, los odia porque el amor y la justicia ponen en relieve la maldad y el compromiso con el maligno que hay en los que definen sus vidas por el odio y su práctica.
Vivir la espiritualidad de los evangelios y los principios del reino de Dios en cualquier época y en cualquier sociedad representa, además de las bendiciones, también un riesgo: el riesgo concreto de enfrentarse al odio del mundo que no comprende y no soporta convivir con la justicia que hay en el amor de Dios. Eso significa que ser cristiano comprometido es, también, asumir una vida que no llega a agradar por completo al mundo. Pero, eso si, es una vida en la que el amor de Dios en nosotros debe manifestarse en pro de los demás y marcar las diferencias. Si el mundo nos odia no debemos extrañarnos, sino que responder con amor y justicia.
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