“Cuando ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, podemos controlar todo el animal. Fijaos también en los barcos. A pesar de ser tan grandes y de ser impulsados por fuertes vientos, se gobiernan por un pequeño timón a voluntad del piloto. Así también la lengua es un miembro muy pequeño del cuerpo, pero hace alarde de grandes hazañas. ¡Imaginaos que gran bosque se incendia con tan pequeña chispa! También la lengua es un fuego, un mundo de maldad. Siendo uno de nuestros órganos, contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, prende a su vez fuego a todo el curso de la vida”
St 3.3-6
Santiago se utiliza de ejemplos comunes para ayudarnos a entender mejor que la forma y el contenido de lo que uno dice (la lengua) tiene una importancia muy grande en nuestras vidas y, especialmente, en la espiritualidad cristiana. El freno con el que se puede controlar la fuerza de los caballos y el timón con que el piloto maneja a grandes barcos son instrumentos pequeños pero con un gran poder. Con ellos uno puede lograr grandes conquistas o echarlo todo a perder. La misma idea es la de la chispa que incendia a todo un busque.
La comparación con la forma y el contenido de lo que uno dice (la lengua) es muy clara: con una pequeña palabra o con pocas palabras se puede edificar o destruir, conquistar o perder. La intención de Santiago es alertarnos para la posibilidad de que por medio de lo que decimos podamos “prender fuego a todo el curso de la vida”.
Cuando comenta del “alarde de grandes hazañas”, Santiago nos ayuda a ver que la base del mal uso de las palabras es el egoísmo y el orgullo personal. Es el deseo de ser más grande y mejor que los demás y así manipular, dañar y vengarse… Como “todos fallamos mucho” (3.2) en las intenciones y en la forma como usamos las palabras para manipular y dañar a los demás (¡incluso a los que queremos!), es importante que estemos alertas cuanto al pecado de prenderle fuego al curso de la vida de otras personas, puesto que así lo hacemos también a la nuestra.
Eso nos hace pensar en la responsabilidad que recibimos de Dios en cuanto al uso de las palabras. Esta responsabilidad empieza con la transformadora confesión de este pecado, con la consagración a Dios del uso y de las intenciones de nuestras palabras y con la misión cristiana de llevarles a las demás personas la palabra de Dios por medio de nuestras vidas y palabras humanas.
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