“Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos los unos a los otros, pues así lo ha dispuesto. El que obedece sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. ¿Cómo sabemos que él permanece en nosotros? Por el Espíritu que nos dio”
1 Jn 3.23-24
El apóstol retoma dos temas que ya los había mencionado antes. El tema de la fe y el del amor. El mandamiento de Dios se puede entender y vivir cuando la fe y el amor están fundidos en nuestras vidas. Creer en Jesús como el Hijo de Dios y en su obra salvadora es el fundamento para que podamos vivir y expresar adecuadamente el amor entre todos nosotros. En otras palabras: la fe nos conduce al amor.
Fe y amor resumen no solo la vida cristiana que vivimos personalmente, sino que componen juntos la base para la misión cristiana. Siendo la fe la entrega de nuestras vidas a Jesucristo, y el amor la entrega de nuestras vidas a los demás seres humanos, encontramos ahí la esencia para el ejercicio de la misión que Dios nos ha puesto en las manos, sea como personas, familias o iglesia.
Demostrar la fe por medio de una relación humana y social amorosa y que alivie los dolores de las personas (sean de la naturaleza que sean) se puede considerar como la clave para la espiritualidad y para la misión cristianas. Eso quiere decir que cuando creemos en Dios asumimos un compromiso de vida con él que se refleja en la forma como vemos y nos relacionamos con todos los demás, expresándoles el valor del sacrificio y de la salvación de Jesús por medio de nuestras palabras y acciones. Esta es, por tanto, nuestra misión: vivir la fe amando a las personas.
El apóstol Juan aun nos dice que obedecer a los mandamientos, siendo la fe y el amor lo que los resume (Jn 13.34-35), es la manera como permanecemos en Dios e él en nosotros. La fe y el amor expresa la convivencia y el compromiso que se establece entre Dios y nosotros. Y lo sabemos por el testimonio concreto del Espíritu Santo en nuestra vida, llevándonos a crecer en la fe y a desprendernos de nosotros mismos, cada día, a favor de los demás. Busquemos juntos, como pueblo de Cristo en el mundo de hoy, las formas de expresar la fe y de amar las personas.
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