“Queridos hermanos, si el corazón no nos condena, tenemos confianza delante de Dios, y recibimos todo lo que le pedimos porque obedecemos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada”
1 Jn 3.21-22
Aunque el corazón nos condene tenemos a Dios que es más grande que nuestro corazón y nos puede restaurar completamente. Pero por la práctica de la confesión podemos vivir sin el temor de la condenación de nuestros corazones y en confianza delante de Dios. Eso no quiere decir que ya no nos sentimos más culpables por nuestros pecados (que siguen reales en nuestras vidas), sino que ante la confesión sincera y arrepentida y ante la confianza el la gracia de Dios, la culpa ya no nos atormenta más.
La confianza en la forma como Dios nos conduce por los caminos de su gracia nos hace recibir todo lo que le pedimos. La primera cosa que pensamos cuando leemos eso son en nuestros sueños de consumo, pero mucho antes de eso están las realidades espirituales que forman el fundamento de la vida y de la relación con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Todas esas realidades espirituales que tanto carecemos nos las da Dios día a día. E igual recibimos de él todas las demás cosas que necesitamos: físicas, materiales, emocionales, etc. Pero es importante observar que Juan nos exhorta a que le pidamos todo lo que necesitamos a Dios. Ante eso vemos la importancia de la vida en oración en la que agradecemos lo recibido, pedimos lo necesario y alabamos por lo que nos dará Dios.
Otra importante práctica de la espiritualidad cristiana mencionada por el apóstol es la obediencia a los mandamientos (revelados en las Escrituras) haciendo así lo que le agrada a Dios. A muchos les gusta recibir las bendiciones pero no les apetece vivir sus vidas bajo la voluntad de los mandamientos de Dios o elegir los mandamientos que prefieren cumplir. Está claro que esa calidad de vida cristiana demuestra que el corazón todavía se encuentra bajo la condena del pecado y que la confianza en la gracia de Dios está rota y es ineficiente.
Este texto nos ayuda a entender un poco más la dinámica de nuestro cotidiano con Dios. Es necesario, por tanto, que hagamos una constante reflexión acerca de nuestros compromisos con Dios, que los renovemos siempre que se haga necesario y que le busquemos cada momento de forma sumisa a su palabra y en verdadera fe.
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