“Queridos hermanos, no creáis a cualquiera que pretenda estar inspirado por el Espíritu, sino sometedlo a prueba para ver si es de Dios, porque han salido por el mundo muchos falsos profetas”
1 Jn 4.1
El capítulo 3 termina afirmando que por el Espíritu que hemos recibido de Dios sabemos que él permanece en nosotros. Esta verdad, sin embargo, puede ser mal utilizada por muchos al interpretarla de forma intuitiva y confundir por si solos que lo que sienten se equivale perfectamente con la voz o la acción del Espíritu en sus vidas.
Por eso el apóstol trata de aclarar un poco esa cuestión en la secuencia del texto (4.1-6), empezando por decir que ni todos los que se presentan como inspirados por el Espíritu de hecho lo están. Se tratan de personas que usan la fe y la religiosidad de los demás para sus propios intereses y para eso se hacen pasar por religiosos y hacen creer a la gente que tienen en si mismos la propia palabra de Dios: como se su voz fuera la voz de Dios, sus pasos los pasos de Dios y su mente la mente de Dios. Desafortunadamente, engañan a muchísima gente por todos lados (Mt 24.23-25).
Es preciso cuidado puesto que a lo largo de toda la historia eso paso frecuentemente y hoy no es distinto. El apóstol Juan nos ayuda a enfrentar esa situación. Nos enseña dos cosas: a no creer en todo lo que nos dicen sobre Dios y nuestra experiencia con él y a someter a prueba la enseñanza que recibimos para ver si es de Dios. ¿Cómo lo haremos? Este es el tema de los siguientes versos, pero ya podemos adelantar lo más importante: lo ponemos a prueba chequeándolo con las Escrituras. Ante eso hay que reconocer la importancia de que cada uno de nosotros crezcamos en nuestro conocimiento de la Biblia y relación personal con Dios.
Nos cabe como cristianos, por tanto, acercarnos todavía más a la palabra de Dios, nutrir un profundo respecto y amor por sus principios y caminar paso a paso sometiendo nuestra vida a su transformadora influencia.
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