“En el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor”
1 Jn 17c-18
En la vida cristiana el “amor” y el “temor” son dos realidades que no se pueden mezclar. El amor, como lo hemos visto a lo largo de los capítulos 3 y 4, es la manifestación misma de Dios y de su salvación en Cristo. El amor es el vínculo mayor que hay entre Dios y su pueblo. El amor es el vínculo que nos mantiene unidos como hermanos.
Ya, por lo que vemos ahora, el temor es todo lo contrario del amor de Dios por nosotros. El temor aguarda la llegada del castigo eterno, tiene en la punición su principal expectativa de vida. El temor no ha sido perfeccionado por el amor sino que el amor lo rechaza y lo echa fuera de la vida humana.
En este sentido, por tanto, amor y temor son dos experiencias que marcan la vida humana: hasta que no se conozca a Cristo y su salvación se vive bajo la esclavitud del temor, pero luego que uno pasa a vivir la gracia redentora de Cristo la libertad del amor de Dios se completa día a día en nuestras vidas.
Por eso en la vida cristiana es muy importante que el amor de Dios ocupe un lugar central en nuestras relaciones y experiencias. Eso significa que la gracia y la salvación recibidas de Cristo, tanto como los principios de su palabra, se convierten en los parámetros que echarán fuera de nuestras vidas a diario las estructuras del pecado y del temor. La vida cristiana se compone en una constante batalla del amor contra el temor, con la garantía de que el amor ya tiene de antemano su victoria declarada por Cristo. Por eso ¡amemos más a Dios y a todos los hermanos!
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