“Si alguno ve a su hermano cometer un pecado que no lleva a la muerte, ore por él y Dios le dará vida. Me refiero a quien comete un pecado que no lleva a la muerte. Hay un pecado que sí lleva a la muerte, y en ese caso no digo que se ore por él. Toda maldad es pecado, pero hay pecado que no lleva a la muerte”
1 Jn 5.16-17
Si en los versos anteriores el apóstol nos instruye a que oremos según la voluntad de Dios porque él nos oye y nos atiende, ahora como extensión de eso nos enseña que debemos orar e interceder por los demás cuando cometen algún pecado. Sin duda la intención de esta oración es que el otro se arrepienta, confiese su pecado, lo deje y renueve su vida con Dios. Se trata, por tanto, de una oración pastoral y misionera, repleta de misericordia. Es una oración que refleja nuestra propia vida personal con Dios de arrepentimiento y fe.
Orar los unos por los otros es más que interceder por nuestras necesidades humanas, como trabajo, familia, salud, etc. Además de eso y de su importancia, la práctica de la oración por ser una actividad espiritual también nos lleva a orar por la vida espiritual de los hermanos, puesto que todos nosotros estamos sujetos a cometer pecados y los cometemos a diario.
Según Juan toda maldad que uno comete es pecado y puede ser confesado de forma arrepentida, perdonado y abandonado. Por eso oramos unos por otros, porque confiamos en la gracia y en el perdón de Dios. Orar de esa manera y por este motivo es orar según la voluntad de Dios y él seguramente nos atiende y nos perdona.
Hay un pecado, que de acuerdo con el apóstol, que lleva al ser humano a la muerte. Obviamente, se refiere al rechazo humano de la gracia de Dios y de la obra redentora de Jesucristo. Esa es la única actitud humana que señala su estado de separación y perdición eterna. Pero Juan no nos dice que ese rechazo hacia a Dios no tiene perdón, lo que dice es que conduce a la muerte. Claro está que cuando Dios nos llama a su lado por su gracia, la muerte se detiene y el proceso de vida se instala y sigue creciendo. Por eso la oración nos trae la esperanza de ver a otras personas acercarse a Dios, como pasó y sigue pasando con nosotros.
La oración es vida. ¡Intercedamos los unos por los otros!
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