“Que nadie, al ser tentado, diga: ‘Es Dios quien me tienta’. Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tampoco tienta él a nadie. Todo lo contrario, cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos le arrastran y seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte”
St 1.13-15
Como nos dijo Santiago en el verso anterior, resistir a la tentación nos hace dichoso porque es una señal de la vida y de la aprobación divina. Con eso en mente, sigue tratando del tema de la tentación y nos hace ver con total claridad que no somos tentados por Dios. En otras palabras, las probaciones que recibimos de Dios no son tentaciones y no tienen el objetivo de llevarnos a pecar. El propósito de Dios no es el pecado sino que nuestra liberación completa y definitiva de sus consecuencias, influencias y, por fin, de su presencia en nuestras vidas (1.13).
Si debemos resistir a la tentación pecaminosa (1.12), entonces es muy importante que volvamos nuestros ojos hacia nosotros mismos, puesto que cada uno es tentado por sus propios malos deseos (1.14). Eso significa que el pecado es parte de nuestra vida, está arraigado en nuestra propia naturaleza humana y no podemos echarle a Dios la culpa de la tentación. De igual forma, tampoco podemos acusar siempre a satanás de todas nuestras tentaciones, pecados, malas decisiones, etc. Somos responsables de nuestras acciones ante Dios.
Santiago describe el proceso que va desde la tentación hasta la muerte de forma muy interesante y hasta poética (1.14-15). Según él, todo empieza cuando surge en nuestro corazón y mente un “malo deseo” (que puede ser codicia, envidia, avaricia, egoísmo, vanidad, arrogancia, odio, etc.). Este malo deseo se anida, nos seduce, nos convence y nos arrastra hacia él. Pero lo que era al principio solo un “deseo” concibe y engendra el pecado que toma una forma concreta en nuestras mentes y acciones. Una vez nacido y consumado el pecado (¡el pecado que sea!) éste da a luz la muerte, que representa nuestro alejamiento de Dios y el corte de nuestra relación con él. El Sl 7.14-16 nos ayuda también a comprender mejor este proceso.
Por tanto, el tema de la tentación está vinculado con el compromiso que mantenemos con nuestra propia naturaleza pecaminosa. Entendiendo, ahora, un poco mejor como funciona la tentación en nuestras vidas, podemos luchar con más afinco contra la tentación y el pecado, puesto que contamos con la gracia redentora y perdonadora de Dios. ¡Luchemos y confesemos arrepentidos!
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