“Mis queridos hermanos, no os engañéis. Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras. Por su propia voluntad nos hizo nacer mediante la palabra de verdad, para que fuéramos como los primeros y mejores frutos de su creación”
St 1.16-18
Santiago se preocupa en concluir lo que había dicho en los versos anteriores sobre que Dios no nos tienta a nadie, sino que somos tentados por nuestros propios malos deseos y pecados. É no quiere que nos engañemos cuanto a eso; y engañarnos a nosotros mismo siempre es una posibilidad, puesto que siempre buscamos la responsabilidad de nuestros pecados en otros u otras cosas y en última análisis en Dios.
Según nos enseña Santiago, lo único que podemos recibir de Dios son buenas dádivas y el don perfecto de la salvación. En el inicio del capitulo Santiago nos dice que Dios nos prueba con la intención de que podamos crecer en nuestro conocimiento de su obra y persona y así tener una fe más firme y consistente. Incluso las probaciones, por tanto, deben de ser vistas por nosotros como una parte significativa de las buenas dádivas que recibimos de Dios. En ese sentido, la inmutabilidad de Dios (“no cambia como los astros ni se mueve como las sombras”), de su persona, obras, promesas y amor por nosotros es la garantía que tenemos de que de sus manos solo podemos recibir salvación y cosas buenas.
El principal ejemplo de sus buenas dádivas y don perfecto es que nos hizo nacer para la vida eterna por su propia voluntad y por su palabra. Este “nacer de nuevo” (Jn 3.3) es una acción exclusiva de Dios en nuestras vidas, que nos lleva a reaccionar positivamente a la vida que nos da en Cristo (conversión). Así, al considerarnos Dios como “los primeros y mejores frutos de su creación”, no una referencia a que seamos mejores que las demás personas, sino que estamos incluidos sin merecerlo en la comunidad de los redimidos por Dios. Claro está que ni el nuevo nacimiento en Cristo, ni el que se nos considere como primeros y mejores frutos de su creación son meritos nuestros, sino que exclusivamente de Dios y de Cristo.
Por tanto, en Dios encontramos la bondad y el bien supremo. Él es quien nos salva de pecado y nos conduce por los caminos de su palabra, reino y misión. ¡Sigamos firmes a su lado!
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