“Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes le aman”
St 1.12
Resistir a la tentación nos hace una persona feliz y dichosa. La tentación a la que se refiere Santiago es la que Dios usa para probar nuestra fe. Como hemos leído en los versos anteriores, tanto la pobreza cuanto la riqueza son pruebas de nuestra fe y, por tanto, deben ser vistas también como tentaciones que sufrimos. En otras palabras, el cristiano debe resistir a las tentaciones que conllevan la riqueza y la pobreza.
Si nos resulta difícil ver la riqueza como una probación, ya nos es más fácil definir sus posibles tentaciones. De manera contraria, si para muchos es fácil ver la pobreza como una prueba, definir las tentaciones que conlleva eso sí es más difícil. Eso porque, en términos naturales, la riqueza siempre se presenta como algo bueno y que trae la felicidad, mientras que la pobreza se asocia a las necesidades y penurias humanas.
Pero la verdadera felicidad del cristiano está en encontrar en Dios las condiciones para resistir a las tentaciones que le llegan desde la riqueza como de la pobreza y vivir su vida cotidiana bajo la gracia de Dios, consagrándole todo lo que es y lo que tiene. La corona de la vida, por tanto, no la aguardamos solo para cuando la redención se complete en la segunda venida de Cristo. Hoy ya podemos disfrutar de importantes dimensiones de la vida eterna que recibimos de Cristo, como por ejemplo el vínculo de amor entre Dios y nosotros mencionado por Santiago en este verso. O sea, podemos resistir a la tentación que nos sobreviene porque estamos atados a Dios por un profundo vínculo de amor que es la base sólida para nuestra salvación (Jn 3.16) y para caminar día a día al lado de Cristo.
Dichoso y aprobado son los resultados de una vivencia amorosa con Cristo que nos conduce a una permanente lucha y resistencia contra las tentaciones. ¡Sigamos firmes caminando con Cristo!
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