“El hermano de condición humilde debe sentirse orgulloso de su alta dignidad, y el rico, de su humilde condición. El rico pasará como la flor del campo. El sol, cuando sale, seca la planta con su calor abrasador. A ésta se le cae la flor y pierde su belleza. Así se marchitará también el rico en todas sus empresas”
St 1.9-11
Santiago sigue hablando del tema de las probaciones dadas por Dios para que podamos crecer en constancia, madurez e integridad. Ahora, lo que hace es darnos dos ejemplos muy prácticos de probaciones: la pobreza y la riqueza.
Creo que nos es fácil entender la pobreza en sus distintas dimensiones y niveles (material, físico, financiero, etc.) como una verdadera prueba de nuestra fe. Nadie quiere pasar por privaciones y siempre oramos pidiéndole a Dios que nos libre de probaciones como estas. Pero Santiago es claro al decir que la pobreza debe ser vista por los cristianos como una forma de Dios enseñarnos que la dignidad humana no está en lo que uno posee, sino que en saber vivir sabiamente y bajo la voluntad de Dios con lo que Él recibimos en cada momento de nuestras vidas y poder servirle con gratitud y dedicación.
Por otro lado, no nos resulta tan fácil entender que la riqueza, por medio de la cual suponemos que tendremos todo lo que nos antoje, sea una prueba dada por Dios a nuestra fe. Pero según vemos en el texto, si que lo es. Los cristianos ricos deben entender que sus bienes materiales les fueron dados por Dios no para encontrar en ellos seguridad y felicidad, sino más bien para acudir al necesitado (Ef 4.28) y servir a Dios con gratitud y liberalidad. Los cristianos ricos deben, por tanto, depositar su confianza en Dios y no en las riquezas y relacionarse con los demás en base a esto, puesto que los bienes materiales pueden marchitarse de la noche al día como la flor del campo.
Debemos encarar como una prueba de nuestra fe tanto la pobreza y el desempleo como la riqueza y la abundancia. En ambas situaciones nuestra fe se ve desafiada a encontrar su plena confianza y dedicación en la persona y la obra de Dios. En ambas situaciones somos retados por Dios a vivir con dignidad dedicando nuestras vidas a servirle y servir a los demás.
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