“Si alguien se cree religioso pero no le pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo, y su religión no sirve para nada. La religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es ésta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y conservarse limpio de la corrupción del mundo”
St 1.26-27
En los versos anteriores (1.22-25) vemos como el autor nos exhorta a que no nos contentemos con una experiencia cristiana superficial, en la cual solo escuchamos la palabra de Dios sin que la pongamos efectivamente en práctica en nuestra vida diaria. Según él, la bendición de Dios está en que nos fijemos atentamente en sus enseñanzas liberadoras del pecado y transformadoras de nuestras vidas.
Siguiendo este mismo raciocinio, Santiago ahora define mejor lo que es la verdadera religión. Empieza mostrando que la religiosidad o la espiritualidad cristiana no pueden basarse en la experiencia de solamente escuchar sin practicar la palabra de Dios (1.22-24), esto seria el auto-engaño de una religión que no nos sirve para nada (1.26). La espiritualidad vacía se caracteriza por una lengua que no está consagrada a Dios y que se dedica a expresar los conceptos humanos (¡incluso rellenos de conocimientos religiosos y citaciones bíblicas!), como lo veremos en su momento en 3.1-12.
Por otro lado, la religión y la espiritualidad cristiana las debemos comprender y vivir convergiendo sus dos dimensiones básicas en nuestras vidas: la espiritualidad personal e interior y la espiritualidad social y exterior (1.27). Ambas se complementan, se dependen y se expresan mutuamente. Atender a los que sufren y conservar limpio el corazón. Es interesante ver como Santiago pone el tema del apoyo a los que sufren antes de la pureza del corazón. Seguramente lo hace a propósito, como para destacar que no podemos considerar, como solimos hacer, la pureza de corazón como un elemento muy superior y primordial en la experiencia cristiana, dejando para un segundo o tercer lugar la manifestación concreta de alivio al sufrimiento de los demás.
Las dos dimensiones son igualmente básicas en la experiencia de vida cristiana. Confesar los pecados y mantener una comunión sana con Dios es una experiencia interior que necesariamente se ve expresada por nuestras actitudes concretas y diarias de misericordia. En ese sentido, nuestra misión cristiana entre la humanidad se completa a diario cuando vivimos esta religión pura y sin mancha delante de Dios y de los seres humanos. Busquemos, entonces, la espiritualidad que conserva limpio nuestro corazón y, a la vez, manifiesta de forma relevante y misericordiosa el amor de Dios por los seres humanos.
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