“Mis queridos hermanos, tened presente esto: Todos debéis estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojaros; pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere. Por esto, despojaos de toda inmundicia y de la maldad que tanto abunda, para que podáis recibir con humildad la palabra sembrada en vosotros, la cual tiene poder para salvaros la vida”
St 1.19-21
Santiago nos pasa a hablar sobre la importancia de la palabra de Dios en nuestras vidas (1.19-27). Empieza mostrando que hay una forma de vivir y de comportarse que condice con la palabra que Dios ha sembrado en nuestras vidas y que nos lleva a la “vida justa que Dios quiere”, y otra forma en que la ira humana y sus consecuencias cobran el protagonismo.
Si nos dejamos llevar por la ira, y eso puede convertirse en un vicio, las consecuencias mencionadas por Santiago, como “toda inmundicia y la maldad que tanto abunda”, se tornarán en nuestras compañeras y estarán presentes en todas nuestras relaciones sociales y familiares, incluso interferirán en nuestra propia relación con Dios, puesto que comprometen la forma justa como Dios desea que comprendamos su palabra y vivamos a diario su voluntad.
Pero, al contrario, lo que debemos tener siempre presente en nuestra mente es que todos nosotros (sin ninguna excepción) debemos cambiar la ira por una clara actitud de fe. En otras palabras, dejar la ira, la inmundicia y la maldad y estar “listos para escuchar y lentos para hablar y enojarse”. Santiago nos lo pone muy claro: los principios de la palabra de Dios deben cambiar la plataforma desde dónde nos relacionamos con las demás personas, con nosotros mismos y con Dios. La ira y el enojo ceden lugar a la prudencia en oír más a las personas y hablar con sabiduría (“evitad toda conversación obscena. Por el contrario, que vuestras palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes las escuchan… sed bondadosos y compasivos unos con otros, perdonándoos mutuamente, así como Dios os perdonó en Cristo” – Ef 4.29-32).
Por tanto, despojarnos del pecado (arrepentimiento y confesión) y abrirnos a la palabra de Dios y su proceso de transformación de nuestra manera de pensar y vivir pasa a ser una tarea permanente en la vida cristiana y nos conduce, paso a paso, a vivir la vida justa que Dios quiere en todas las dimensiones de nuestra propia vida.
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