“Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios, y todo el que ama al padre, ama también a sus hijos”
1 Jn 5.1
El apóstol Juan procura vincular dos temas que frecuentemente solimos tratarlos de forma separada: la fe (creencia) y el amor. Lo más normal es considerar que lo que uno cree como sistema de fe no tiene nada que ver con lo que uno siente y donde efectivamente pone su afecto y amor.
En general las personas (¿nosotros?) se sienten muy a gusto al desvincular la fe del amor. Así, piensan, pueden creer sin se comprometer y pueden querer sin se cuestionaren. Total, la falta de compromiso con la estructura de fe y de amor que nos propone la redención en Cristo es el tono principal de la vida. El compromiso está firmado, en ese caso, con uno mismo, con lo que nos trae placer inmediato.
E apóstol es claro en su mensaje: los que creen que Jesús es el Mesías (Cristo) nacido y enviado por Dios Padre son también los que aman a Dios y a sus hijos (nuestros hermanos). Para que el amor a los hermanos (no a nosotros mismos como referente básico de la fe) sea legítimo debe derivarse del profundo vinculo que hay entre la fe (creencia) en Jesucristo y el amor a Dios Padre.
Así, es muy importante que lo que creemos (fe) sobre Jesús se lo correcto y esté en dependencia de lo que sentimos (amor) por Dios. Estas dos cosas juntas fortalecen la espiritualidad cristiana y la unión entre todos los hermanos. En otras palabras, estamos unidos y comprometidos unos con otros a medida en que nuestra fe en Cristo y nuestro amor a Dios estén en dependencia mutua. ¡Crezcamos en esta fe y en este amor!
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