“¡Qué tonto eres! ¿Quieres convencerte de que la fe sin obras es estéril? ¿No fue declarado justo nuestro padre Abraham por lo que hizo cuando ofreció sobre el altar a su hijo Isaac? Ya lo ves: Su fe y sus obras actuaban conjuntamente, y su fe llegó a la perfección por las obras que hizo. Así se cumplió la Escritura que dice: `Creyó Abraham a Dios, y eso se le tomó en cuenta como justicia`, y fue llamado amigo de Dios. Como podéis ver, a una persona se la declara justa por las obras, y no solo por la fe. De igual manera, ¿no fue declarada justa por las obras aun la prostituta Rajab, cuando hospedó a los espías y les ayudó a huir por otro camino? Pues como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta”
St 2.20-26
La relación entre la fe y las obras en la vida cristiana sigue siendo el tema de que trata Santiago en este texto. Su intención ahora que la fe y las obras actúan conjuntamente en la experiencia cristiana (2.22), como si fueran las dos caras de una moneda. Procura mostrarnos la importancia del equilibrio que hay en la relación entre fe y obras con dos ejemplos muy interesantes.
El primer ejemplo es el de Abraham, uno de los patriarcas más importantes del Antiguo Testamento. Se trataba de un hombre de mucha fe y de muchas obras, habiendo sido llamado “amigo de Dios” (2.23), como lo constatamos al leer su historia. El ejemplo dado de Abraham tiene que ver con haber ofrecido a Dios a su propio hijo sobre el altar. Quizás haya sido una de las experiencias más duras por la que ha pasado el amigo de Dios, pero estaba sinceramente dispuesto a sacrificar a su hijo como lo había pedido Dios. ¡Su fe y sus obras estaban en prueba! Y por medio de su actitud (obras) como reflejo de la fe que tenía, ha sido perfeccionado en su relación y compromiso con Dios.
El segundo ejemplo dado por Santiago ha sido el de la prostituta Rajab. Sin duda no ha sido la persona más santa de su pueblo, pero cuando conoció a Dios por el testimonio de los espías surgió una fe tan vigorosa en su vida que la hizo enfrentarse a los de su pueblo, hospedando a los espías y ayudándoles a huir por otro camino. Lo que hizo Rajab tenía todo que ver con la fe que recibió y su consecuente compromiso con Dios.
Estos dos ejemplos, de personas tan distintas entre sí, nos ayudan a comprender lo que nos enseña Santiago: la fe y las obras, cuando verdaderas, siempre actúan conjuntamente y en perfecto equilibrio. No pueden ser separadas, “pues como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin las obras está muerta” (2.26). La enseñanza está muy clara: lo que creemos formatea nuestra vida por completo (lo que pensamos, sentimos, deseamos), determina la forma como vivimos, influye decididamente en las decisiones que tomamos y crea el espacio donde se producen nuestras relaciones y se dan nuestros compromisos. Por otro lado, la manera como vivimos es un libro abierto donde todos pueden leer con mucha claridad la clase de fe que tenemos.
En ese sentido, o nuestras obras son evangelizadoras o comprometen de forma negativa la visión de Dios que les damos a los demás. Por eso, sigamos firmes en fe y obras nuestro camino con Dios.
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