“Hermanos míos, ¿de qué sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obra? ¿Acaso podrá salvarle esa fe? Supongamos que un hermano o una hermana no tiene con qué vestirse y carecen del alimento diario, y uno de vosotros les dice: ‘Que os vaya bien; abrigaos y comed hasta saciaros`, pero no les da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso? Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta”
St 2.14-17
Santiago nos enseñó que el favoritismo y el menosprecio en las relaciones humana deben de ser considerados como pecados y sustituidos por la gracia que se encuentra en el equilibrio entre la justicia y la misericordia (2.1-13). Ahora procura mostrarnos que esta justicia y misericordia son consecuencias de la relación que hay entre la fe y las obras en la vida y en la espiritualidad cristiana.
La preocupación más visible de Santiago es corregir el énfasis exagerado y único que los cristianos de sus días ponían sobre la fe sin que valoraran el lugar de las obras. Así procura enseñar que la fe por sí sola no tiene todo el significado que aquellos hermanos le daban. Según él, la fe siempre debe de venir acompañada por obras específicas que la autentica. En ese sentido, las obras no atribuyen un mayor poder o salvación a la fe, sino que demuestran la salvación que ya está presente. Por otro lado, la ausencia de estas obras indica también la ausencia de la fe y de la salvación.
Las preguntas, el ejemplo y la conclusión que vemos en el texto son muy claras: la fe y las obras están relacionadas entre sí y forman una sola experiencia de vida cristiana. Ni la fe ni las obras nos salvan; la verdad es que somos salvos por la gracia de Cristo y tanto la fe como las obras, integradas entre sí, manifiestan y dan testimonio de esa salvación que recibimos graciosamente de Jesús.
Así, por ejemplo, cuando dejamos el favoritismo y el menosprecio por el otro y asumimos una postura de justicia y misericordia (fe y obra) en nuestras relaciones, testificamos de la salvación y la gracia de Jesucristo en nuestro favor. En ese sentido, la vida cristiana, por sí sola, es una vida evangelizadora y misionera.
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